La historieta típica, casi de género, de
los poetas llamados “confesionales” suele escribirse con la siguiente fórmula:
“X me dijo que hiciera un poema con eso, y lo hice”, o “Z me dijo que en eso
que decía tenía una novela, y ahí estaba”.
En este sentido, Ane Sexton -una de las
mejores poetas norteamericanas del siglo pasado- empezó a escribir a pedido de
su psicólogo. En los poemas de Jorge
Chiesa encontramos este mismo tipo de tesoro, es decir, palabras que parecen
decir lo que pasó, especies de recuerdos -heridas de guerra- extraídos de la
experiencia.
Sin embargo, una anécdota no es una
novela o un poema, para que lo sea es necesario que el artista encuentre un
tono, un modo de encauzar, puntualizar y comunicar lo vivido. Este proceso de
elaboración por el cual una anécdota se vuelve literatura –en dos poemas de Jorge
Chiesa- es el tema de esta breve nota.
Un buen punto de partida para seguir con
el análisis, consiste en tratar de entender que es lo que mueve la
confesión ¿el poeta se lo dice a alguien
mostrando los dientes?, ¿el poema es una especie de tabla en la cual un
personaje al estilo Hamblet habla solo para que alguien lo escuche?, o
simplemente, ¿es alguien hablándole a la pared?
En el caso de Chiesa estos tonos parecen
intercambiables: a veces lo vemos hablando solo, como si estuviera diciéndolo
para entender lo sucedido, otras parece estar dirigiéndose a alguien,
ofreciendo una explicación o justificación, y otra -tal vez las mejores de las
veces- lo vemos como el personaje de Shakespeare, hablando al aire en la
ambigua ceremonia del monólogo.
En este sentido, el poema “el beso”
parece un relato velado por la culpa, un diálogo entre lo que esperamos y lo
que es, palabras que cargan con el pesado baúl de lo que creemos lo real, con
sus demasiados espacios en blancos y casilleros a llenar; entonces, el poeta dice para entender, para poder cifrar la
experiencia, pero también para quitarse ese peso, para que las paredes se abran
y dejen de apretar, para que ese beso diga algo más amable que todos esos
sentidos cargados sobre la espalda.
En
el poema “palomas”, en cambio, vemos como el poeta cifra su experiencia en
diversos planos. Un viejo método de profesores para estrujar un texto consiste
en pensarlo como una figura de tres caras que en su geometría desarrolla tres
planos de sentido.
El primero no requiere grandes
explicaciones, es el sentido literal y se alinea como la superficie del texto:
es lo que dice llanamente. El segundo, supone una profundidad alegórica e
intenta descubrir un sentido oculto, es decir, lo que en realidad quiere decir
el texto. Finalmente, el plano simbólico intenta captar al mundo evocado a partir de señales,
cosmovisión que excede tanto al primero como al segundo de los sentidos
señalados.
En esta dirección, el poema, sería un
perfecto ejemplo de una escritura cifrada en varios planos; en el primero,
veríamos simplemente la historia entre un padre enfermo y un hijo pasando por
ese trance; en el segundo, el dilema entre la vida y la muerte, y en el
tercero, una visión metafísica, en el poema representado por las formas cristianas,
pero que -en mi opinión- la exceden, transformando a la experiencia en relato,
lo privado en hecho público, y –en definitiva- una simple anécdota, en
literatura.
Palomas
Después
de haber visto a mi padre
ahogarse
en la sala de terapia intensiva
miré
a través de una ventana de hospital.
Había
árboles raquíticos, cables de alta tensión y palomas.
Elegí
tres: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Únicamente
la desesperación
te
puede hacer creer semejante cosa.
Así
que yo era un hombre desesperado
que
ahora le pedía a Dios
por
la vida de mi padre.
Pero
a los ojos de cualquiera
eran
tres palomas y nada más.
Superado
ese trance volvimos a la normalidad.
Los
médicos rescataron a mi padre
de
las aguas de la muerte
y
las palomas han vuelto a ser
los
mismos bichos de siempre.
El beso
Le
doy a mi mujer el beso de las buenas noches
después
de haber preparado la mamadera del bebé.
Si
de algo se alimenta el insomnio
aunque
parezca mentira
es
de los corazones más nobles.
Por
eso antes de quedarme en la cama
contando
corderos negros
preferí
levantarme y leer a los grandes poetas.
Sin
embargo no aprendí nada
verdaderamente
grande;
excepto
que hubiera deseado ser el buen centinela
de
la familia mientras duerme.
Escapar
del animal que se masturba en el baño.
Y
tampoco sirve
porque
no importa lo que uno haga
ni
lo mucho que uno se esfuerce:
cuando
la memoria toma impulso
todo
es inútil.
Recuerdos
en general,
aquello
que matamos de noche
con
los ojos abiertos.
No
sé qué tan común es quedarse acostado junto a tu esposa
en
un cuarto que se va inundando con podredumbres de la infancia.
La
suavidad de la liebre que destripaste bajo los árboles:
un
montón de vísceras al aire libre
que
huelen como el aliento.
Supongo
que es humano pero no es normal,
ni
es manera de decir Buenos días:
la
mamadera tibia en la mano y el beso que le das a tu mujer
con
ese gusto en la boca.
Goles Rosas
Descargar "La pesquita" de Jorge Chiesa, editado por Goles Rosas (2011).
excelente
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