Paula Fernández Vega - Como dos muertos
Paula Fernández Vega tiene 22 años pero su
escritura no tiene edad. Aclaro esto porque me provoca una mezcla de asombro y
envidia saber que alguien tan joven pueda escribir un libro Como dos muertos.
Incluso mis sentimientos confusos aumentan, si a esto le sumo el delay
existente entre publicación y escritura. Por eso y contra lo previsible, que
sería trazar una analogía entre juventud e inexperiencia, Como dos muertos es
un libro arriesgado, denso y profundo, desmarcado de toda pauta generacional y
etaria. Es como si uno estuviera obligado a preguntarse: de dónde salió esta
chica, de dónde saca las cosas que escribe. Fernández Vega no demora en
responder. Ella tiene algo para decir y los medios para decirlo. Entonces dice
algo sobre el amor: el amor es una cosa seria/un sueño/donde todo se
resuelve/todos/lo olvidamos con el despertador. Un muerto que le habla al otro desde el sueño, no tanto acerca
del amor como de la cuenta regresiva del amor. Luego está el baile desquiciado,
el juego del encastre, donde para hablar de la atracción física de los cuerpos
Paula omite deliberadamente toda referencia a las partes consideradas, por el
común denominador, bellas. Hay rodillas, granos, orejas en un paisaje hecho de
cuartos desordenados, colchones mugrientos y olor a carne refritada. Hay una
fuerza nerviosa, obsesiva y crispada en los versos de Paula Fernández Vega;
nunca, sin embargo, apresurada; una notable desconfianza por la belleza, por
momentos llevada al extremo de la fealdad. Pero eso no me asombra; después de
todo, como diría Celine, se trata de un género a cultivar, nada más. Dos
muertos abrazados como siameses, acurrucados como perros, copiándose. Dan ganas
de aplaudir o, como diría la autora, de dar una patada (de envidia, claro). En
su lugar, le mando un mensaje que dice: “Me encantaron tus poemas”.
Jorge
Chiesa